sexta-feira, 19 de novembro de 2010

Más sobre escaleras

(Cortázar)

Em algum lugar da bibliografia que não quero lembrar foi explicado uma vez que há escadas pra subir e escadas para descer; o que não foi dito na ocasião é que também há escadas para ir para trás.

Os usuários desses úteis artefatos entenderão sem esforço excessivo que qualquer escada vai para trás se a gente sobe de costas, mas o que resta saber nesses casos é o resultado de tão insólito processo. Faça-se teste com qualquer escada externa; superando o primeiro sentimento de incômodo e vertigem, se descobrirá em cada degrau um âmbito que, embora faça parte do âmbito do degrau precedente, ao mesmo tempo o corrige, critica e amplia. Pense-se que pouquíssimo tempo antes, na última vez em que se subiu nessa escada da maneira usual, o mundo de trás era abolido pela própria escada, sua hipnótica sucessão de degraus; mas basta subi-la de costas para que um horizonte a princípio limitado pelo tabique do jardim pule agora até o campinho do Peñaloza, depois abarque o moinho da turca, estoure nos álamos do cemitério e, com um pouco de sorte, chegue até o horizonte de verdade, o da definição que a professorinha da terceira série nos ensinava. E o céu, e as nuvens? Conte-as quando estiver no topo, beba o céu que lhe cai em plena cara por um imenso funil. Quem sabe depois, quando der meia-volta e entrar no andar alto da sua casa, em sua vida doméstica, diária, perceba que também é preciso olhar para muitas coisas dessa forma, que também numa boca, num amor, num romance, é preciso subir para trás. Mas tome cuidado, é fácil tropeçar e cair; há coisas que as obriga a despir-se tanto; obstinadas em seu nível e em sua máscara, vingam-se cruelmente de quem sobe de costas para ver outra coisa, o campinho dos Peñaloza, os álamos do cemitério. Cuidado com essa cadeira; cuidado com essa mulher.


***


En un lugar de la bibliografía del que no quiero acordarme se explicó alguna vez que ay escaleras para subir y escaleras para bajar; lo que no se dijo entonces es que también puede haber escaleras para ir hacia atrás.

Los usuarios de estos útiles artefactos comprenderán sin excesivo esfuerzo que cualquier escalera va hacia atrás si uno la sube de espaldas, pero lo que en estos casos está por verse es el resultado de tan insólito proceso. Hágase la prueba con cualquier escalera exterior; vencido el primer sentimiento de incomodidad e incluso de vértigo, se descubrirá a cada peldaño un nuevo ámbito que si bien forma parte del ámbito del peldaño precedente, al mismo tiempo lo corrige, lo critica y lo ensancha. Piénsese que muy poco antes, la última vez que se había trepado en la forma usual por esa escalera, el mundo de atrás quedaba abolido por la escalera misma, su hipnótica sucesión de peldaños; en cambio bastará subirla de espaldas para que un horizonte limitado al comienzo por la tapia del jardín salte ahora hasta el campito de los Peñaloza, abarque luego el molino de la turca, estalle en los álamos del cementerio, y con un poco de suerte llegue hasta el horizonte de verdad, el de la definición que nos enseñaba la señorita de tercer grado. ¿Y el cielo, y las nubes? Cuéntelas cuando esté en lo más alto, bébase el cielo que le cae en plena cara desde su inmenso embudo. A lo mejor después, cuando gire en redondo y entre en el piso alto de su casa, en su vida doméstica y diaria, comprenderá que también allí había que mirar muchas cosas en esa forma, que también en una boca, un amor, una novela, había que subir hacia atrás. Pero tenga cuidado, es fácil tropezar y caerse; hay cosas que sólo se dejan ver mientras se sube hacia atrás y otras que no quieren, que tienen miedo de ese ascenso que las obliga a desnudarse tanto; obstinadas en su nivel y en su máscara se vengan cruelmente del que sube de espaldas para ver lo otro, el campito de los Peñaloza o los álamos del cementerio. Cuidado con esa silla; cuidado con esa mujer.


(CORTÁZAR, Julio - Más sobre escaleras)

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